viernes, febrero 29, 2008

Onírico

Recostado sobre un mueble urbano, calibraba sin interés lo molesta que puede llegar a ser la algarabía si el alma y la vida no se aguantan.

Me disponía a tenerme por cansado, a darme un poco de pena para soportar aquello, cuando una nada pasó a toda velocidad y rasgó como un cuchillo el bullicio de la calle. Era el silencio, que se abría paso sobre un patinete.

Parecía que nadie lo veía, pero nadie escapaba a su efecto. Nadie. Las palabras quedaban colgadas de las bocas, los gestos se desprendían de los cuerpos y las miradas, ¡ay, las miradas!, explicaban en blanco y negro la inutilidad del pasado.

La ciudad se disculpó y los ciudadanos procedieron a resignarse ante la inminente llegada del viento.

Mi alma y mi vida se reconciliaron. Y nos fuimos de cañas.

4 comentarios:

Max B. Estrella dijo...

Cómo no respetar a Don Cierzo amigo mío, con esa rauda presencia de cuchillas, arrastrando al aire cristalino.
Y ¡PLÍÑ! claro que el disfrute es una cosa y otra muy otra el negocio.

nacho dijo...

Supongo, Luzbel, que Don Cierzo se pasará de vez en cuando por el infierno (y por el cielo) para poner a cada uno en su sitio.

Eleafar Cananita dijo...

el silencio que se abria paso sobre un patinete... un silencio niño.

y al final nos fuimos de cañas.

jaja

buena

nacho dijo...

Un silencio sabio y juguetón, Eleafar, ideal para ir de cañas.