lunes, enero 16, 2006

Y tus ojos me sonreían

A pesar de ser la misma Zaragoza de siempre, la que yo pateaba a diario, había algo que la hacía totalmente diferente. Tal vez fuera ese sonido, más propio del campo que de la ciudad, o aquel olor marinero que la inundaba. Lo cierto era que los transportes públicos rebosaban de plantas tropicales a las que ambos nos agarrábamos mientras tu boca me miraba.
Se trataban de unos transportes fantásticos y silenciosos. Deslizaban su trayecto a medio metro de altura sobre la tupida capa de flores que les servía de guía o sobre la lámina de agua de los ríos ciudadanos: Ebro, la Huerva y Gállego, por los que también transitaban. Cuando se entrecruzaban dos de aquellos vehículos, uno se alzaba cuatro o cinco metros para dejar libre el paso inferior al otro. Incluso en una ocasión pudimos ver, ¿te acuerdas?, cómo uno se elevó hasta un décimo piso para depositar a una persona de edad avanzada. Recuerdo que tu boca me miraba.
Las aceras estaban llenas de cochecitos de niño, pero de gran tamaño, pues eran ocupados por personas mayores y empujados por amigos o familiares. Conductores y ocupantes se intercambiaban a cada rato las funciones, lo que permitía a unos y otros echarse breves sueñecillos mientras recorrían las calles. Una vez yo te llevé a ti sin dejar de observar cómo tu boca me miraba.
Era frecuente que la gente paseara en compañía de los hologramas de sus amigos. El sistema era muy sencillo: llamabas por el móvil a un amigo y éste te decía "- ahora no puedo, pero te mando a mi holograma". Al instante, tenías a su holograma contigo y juntos os ibais de tapas. Resultaba muy cómodo salir con un holograma, pues no consumía en los bares y podías minimizarlo si se ponía pesado o necesitabas subir a un transporte público. Vimos alegres grupos de personas y hologramas, y también, parejas de hologramas solos, cogidos de la mano como enamorados. Yo te cogí la tuya y pude ver que tu boca me miraba.
Paseamos muchos días por aquella Zaragoza, entrando en todos los edificios donde los porteros invitaban a pan con vino tinto, escuchando las historias traslúcidas de los alabastros parlantes y estrenando cada noche una nueva cama de amor y descanso. Y tu boca me miraba.

5 comentarios:

Rain (Virginia M.T.) dijo...

Escritor Nacho.

Me alegra tanto que de alguna forma nos conozcamos...



Salute.

nacho dijo...

Lectora Vir.
Yo también me alegro de que sea de alguna forma.

nacho dijo...

Teresa, la verdadera maravilla ha sido poder ver las nubes rojas del amanecer transformándose en azules para explicar la inminencia de la luz.

Alphonse Zheimer dijo...

Querido Nacho, ¡cuánta belleza hay en tu sueño, y qué hermoso es cuando una boca te mira. Gracias por permitirme empezar el día con una disposición favorable, mi holograma está a tu disposición. Buenos días.

nacho dijo...

Gracias Omar. Lo tendré en cuenta.