Antes de teclearlos, me llevo a mis escritos de paseo, para que se oxigenen y comprueben la dureza del asfalto, para que cojan el ritmo de mis juegos y respiren el olor de mis fracasos.
Y no es que quiera, como aprendiz de Frankestein, insuflar vida a mis artificios. Si los llevo de paseo, es porque sospecho que las palabras están destinadas a puentear la vida con los sueños y en el camino han de aprenderlo.
Cuando mis palabras pasean, y yo con ellas, acostumbran a cruzar los puentes, no sea que se olviden, y yo con ellas, de lo diferentes que son las dos orillas.
Porque... si esas dos orillas, vida y sueño, fueran lo mismo, no habría río. Ni palabras para cruzarlo.
domingo, abril 26, 2009
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4 comentarios:
PLIÑÑÑÑÑ¡¡¡
Muy bonito e interesante escrito.
Un beso
Gracias, Mangeles.
Un beso.
PD. A ver si recuerdo que PLIÑ es con Ñ
Como le envidio querido amigo, los míos no quieren salir nunca hasta el último momento; se hacen los longuis todo lo que pueden. Termino saliendo solo al campo, y revolotean palabras nuevas a mi alrededor que voy cazando (las más lentas e inexpertas). Al volver a la casa, las dejo en cualquier sitio, para que se vayan organizando, y cuando lo hacen, terminan asaltándome para obligarme a liberarlas. Asustados, los escritos perezosos del sofá, me hacen la pelota por miedo al poder de convicción de las amotinadas. Saben que corren el mismo peligro que mis antiguos entusiasmos... y termino publicando, por no discutir.
¿Sabe?, yo no lo veo como dos orillas, sino como dos ríos, que afortunadamente nunca se juntan; las palabras están en medio, sirviéndose del limo de ambos.
Un placer leer lo que escribe querido Nacho; digamos un placer mesopotámico.
Si su sueño fuera el bueno, Antón, la mesopotamia sería a la vez nexo y límite, lo que tal vez sea más apropiado para las palabras.
Prometo soñarlo.
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