Sólo un sonido pervive al sueño. Sólo la música de los tambores aguanta sin deshilacharse cuando el viento la traslada sobre el río. Sólo ese viento es capaz de regar la ciudad con el gusto por lo eterno.
Cruzo el puente para ver la crecida del Ebro. Para oírla. Para escuchar el crujido del agua contra un viento erizado de arrumacos.
Será que los cofrades zaragozanos ensayan sus ritmos apoyados en el Cierzo o que éste se sirve de ellos para enronquecerse, para embellecer la gravedad de sus promesas amorosas.
O será que, mientras bajo la mirada a mis zapatos, los propios sueños ensayan sus amores, golpeando con los vientos a los ríos, tragándose su querer por soleares.
martes, febrero 20, 2007
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5 comentarios:
Un poema del corazón
saludos desde Miami
Magníficas sensaciones las que transmites... realmente esos tambores hacen retumbar hasta el alma, y luego nos dejan escritos tan bonitos como este...
besicos
Saludos desde Zaragoza, Mi despertar.
Esos tambores hacen cercano lo lejano, Teresa. Besicos.
Todo me parece cubierto de niebla, y no sé por qué. O volveré a leer después.
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