lunes, agosto 25, 2008

Pantalones cortos

Admiro a quienes se esfuerzan para alejar las preocupaciones de la vida de los niños, haciendo posible que dediquen horas y horas a jugar.

Yo disfruté en mi infancia de muchas de aquellas horas, que fueron llenando una hucha de la que he ido gastando cuando la vida se ha puesto fea.

Lo curioso es que me cuesta recordar en qué consistieron exactamente aquellos espacios de tiempo llenos de felicidad, como si para que siguieran beneficiándome debieran permanecer velados, lejos de mi voracidad analítica.

Paso y repaso por las calles de mi ciudad “en busca del tiempo ganado” y me cruzo a menudo con la imagen de mi mismo con pantalones cortos, pateando sin parar una cajetilla de Ducados, persiguiendo a las palomas de la Plaza del Pilar, disfrutando y pringándome con un helado Italiano, trepando por el kiosco de la música de la Plaza de los Sitios o acarreando feliz, el último día de curso, los libros heredados de mi hermano mayor.

¿Cuántos miles de minutos jugando con balón, pelota o cualquier otro objeto, o lo que es mejor, con la imaginación? ¿Cuántos días enteros, de la mañana a la noche, sin dejar apenas de jugar? Incontables, indescriptibles, irrecordables.

De verdad que la vida es dura. Y seguramente yo he tenido suerte, mucha suerte. Sobre todo por conservar puesta esa coraza, tejida de juegos felices.

Y por seguir llevando pantalones cortos.

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