lunes, octubre 04, 2010

Sin hacer pie

Al echar la nave al mar, caemos en la cuenta de lo poco que ha servido decorarla, de lo inútil que va a resultar su guapura en caso de tormenta, de lo vana que llegará a parecer lejos del puerto.

No hará falta que ruja el temporal. El primer relámpago revelará la necedad de los oropeles cuando no hay más espectador que la inmensidad.
Mi barca se llamaba “Flamenca” y no entendía de superficies.
Unos ojos marinos la llevaron a su hondura,
la acunaron en el lecho profundo de sus sueños
y mecieron sus anhelos con las palabras azules de los peces.

Su duende se avino en sabiduría.

2 comentarios:

Lúzbel Guerrero dijo...

¡PLÍÑ!

¡¡Oh maehtro!!

nacho dijo...

¡Re-PLIÑ!, si cabe.